Una familia peruana cocina sus propios sueños en barrio La Milka
Llegaron hace tres años. El padre de familia no consiguió trabajo y debió volverse a su país. Como la plata que él envía no alcanza, su esposa cocina y vende los platos típicos de su país. Todo para que a sus tres hijos no les falte nada.
En barrio La Milka, frente a la plaza de calle Madre Marcilla al 400, el olfato se activa. Es la cuadra donde viven Royli Cajaleón Satalaya, una mujer de nacionalidad peruana, y sus tres hijos.
Su llegada fue hace tres años, cuando Umma, la menor no existía. Sí estaba Willians, su esposo, quien después de un año de intentar conseguir trabajo y no lograrlo debió volver a su país.
Las ollas y sartenes disparan aromas peruanos. La cocina se convirtió en el sustento diario de esta familia en una época donde la crisis golpea a gran parte de la población argentina. El sueño: que todos sus hijos estudien, que su esposo regrese para estar juntos y que en un futuro Perú vuelva a ser su lugar en el mundo.
La llegada
La familia inicialmente vivió en Neuquén tras su llegada al país, pero la enfermedad del padre de su marido los trajo a todos a San Francisco, donde este ya vivía. Tiempo después nació Umma, de un año de edad en la actualidad.
"En Neuquén estuvimos bien, pero el papá de mi esposo se puso mal y vinimos para acá porque necesitaba cuidarlo. Con los ahorros que juntamos nos mantuvimos un año pero igual no encontraba trabajo y se volvió a Perú", relató con pesar Royli.
Willians volvió en 2017 a Cieneguilla, el lugar de donde provenían. Un distrito peruano que hace tres años Royli no visita y al que sueña con volver: "Sueño con regresar pero primero quiero que todos mis hijos terminen de estudiar", afirmó.
Mientras tanto, desde allá solo recibe el dinero que su esposo le manda, el cual no alcanza. Por eso, en el medio de la pampa gringa, decidió ponerse a hacer algo que bien sabe: cocinar. Pero no solo para sus hijos, sino también para subsistir. Su objetivo es obtener otro ingreso económico por más mínimo que sea. Si tiene que hacer el delivery, lo hace. No importa si llueve o si debe hacerlo caminando.
"Acá
tengo mucho apoyo del comedor que me dan las viandas para la noche. Con los
pedidos de comida yo compro los pañales o cosas para mis hijos. A ellos les
dije siempre, y me entienden gracias a Dios, que no hay para lujos"
Unidos y separados
En Perú, Willians hace muchas tareas. Su intención es juntar la mayor cantidad de dinero para enviarlo a la Argentina. Acá, en San Francisco, Royli cocina y los varones van a la escuela, mientras la más pequeña juega y vive en un mundo de sueños.
Este matrimonio peruano tiene un solo objetivo: darles a sus hijos nuevas oportunidades que en Perú serían más difíciles de alcanzar.
"Willians allá trabaja de lo que 'haiga', somos como se dice - personas - de mil oficios. Mi hijo Fredy, por ejemplo, desde chiquito hacía su propio dinero pero no porque lo mandábamos sino porque él se las rebuscaba. Este verano incluso estuvo aprendiendo en un taller de autos", contó Royli a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Cada vez que recuerda el momento en que dejó su país y después vio irse solo a su esposo, la mujer sufre y no puede evitar las lágrimas: "Llegué hace tres años, yo no quería salir de mi casa porque presentía lo que estoy viviendo ahora", expresó.
Como puede y tras un silencio doloroso y casi eterno sentenció: "Es duro la verdad, estar acá sola. Ellos se duermen y no tengo a nadie".
Tierra de oportunidades
En Perú, Royli contó que su vida también era puro sacrificio. La pobreza y dificultades económicas existían aun cuando ella trabajaba cocinando, hacía cosmetología y cuidaba a un joven con autismo.
Al emigrar se encontraron con una Argentina que atraviesa graves dificultades económicas y donde el 32 % de la población es pobre, pero aun así opta por quedarse bajo una razón. "Acá es más fácil acceder a la salud. Allá yo tenía un seguro pero sino lo tenés no se puede ni comprar una pastilla", describió.
Agregó que otras cosas como la educación también son de más fácil acceso por la gratuidad establecida desde el Estado nacional. Esa posibilidad le permite por ejemplo soñar a su hijo Fredy con ser ingeniero: "En Perú nos costaría mucho dinero poder enviarlo a un colegio técnico y acá yo solo tengo que pagar la matrícula, y aunque me gustaría también abonar la cooperadora en este momento sinceramente no puedo", confió.
En nuestra ciudad, gracias a la guía y apoyo de distintas personas la familia consiguió ayuda para encontrar un alquiler modesto pero que puede pagar; el colegio para sus hijos y, a veces, bolsones de comida para cuando el bolsillo más aprieta.
"Yo no tengo trabajo fijo, muchas personas me ayudan a difundir lo de las viandas. Quiero seguir creciendo y encontrar otro trabajo para tener más dinero y darle más cosas a mis hijos", dijo.
Más que agradecida
Aunque es pobre y su casa humilde, Royli afirmó que "nunca aquí en la ciudad la trataron mal". Lo contrario a Perú, donde ella subrayó que "hay marcadas diferencias entre quienes están mejor económicamente y los que no".
"Acá tengo mucho apoyo del comedor que me dan las viandas para la noche. Con los pedidos de comida yo compro los pañales o cosas para mis hijos. A ellos les dije siempre, y me entienden gracias a Dios, que no hay para lujos", puntualizó.
Royli no deja de agradecer, "la gente es muy buena acá" y de inmediato señaló: "Todo lo que ustedes ven acá me lo dieron porque cuando llegamos no teníamos absolutamente nada".
Sobre el rol de la educación, la cocinera la tiene clara: "Mis hijos están educados para defenderse, hacerse solos las cosas y no depender de nadie. Deben hacerse sus propias cosas y ganárselas por sí mismos. El único momento en que no deben hacer otras tareas es el tiempo en que tienen que estudiar", detalló con orgullo.
Royli cuenta y al mismo tiempo cocina: "Lo hago a cualquier hora y para lo que me pidan, si conozco a alguien o por ejemplo veo a una persona me pongo a conversar y les comento lo que sé cocinar", contó con una sonrisa que empezó a mostrar sobre el final de la charla con este diario.
En el final Royli agradece mientras Umma saluda con su pequeña mano a modo de despedida. La puerta de su casa está siempre abierta y las hornallas allí nunca se apagan. Donde hay pobreza material sobra riqueza en valores y educación, y donde haya un pedido, Royli dirá que sí y se pondrá rápidamente a cocinar. Todo, por un futuro mejor.