La “maldición” de volver siempre a la misma cuadra
Hernán Arias, Luciano Lamberti y Laura Pratto: la literatura local que se luce en Buenos Aires.
Por Manuel Montali
El frío pega fuerte a eso de las 20 en Buenos Aires, más aún cuando se sale de la sofocación del subte D para caminar las cuatro cuadras que faltan hasta la esquina de Callao y Lavalle, donde se ubica el local de Los Galgos, un reducto histórico del centro porteño. Adentro los vidrios transpiran y hay olor a café de máquina. Suena el murmullo de decenas de conversaciones y algún bandoneón lejano. Es sábado a la noche y la ciudad vibra con esa sensación de que todo es posible, como encontrarse con tres de las mejores plumas sanfrancisqueñas, reunidas en una mesa de ese bar, compartiendo el "exilio", charlando sobre literatura y mitos urbanos de la "perla" del este cordobés.
Laura Pratto es la primera en llegar. Termina de dar una clase de yoga no muy lejos de allí y pide un agua tónica. Está en la capital desde hace 17 años, cuando se mudó por motivos que confiesa "sentimentales". Vive en Villa Crespo pero su obra se cimenta en otra esquina, en la casa familiar de barrio José Hernández, donde se escucharon muchos de los dichos piamonteses que luego se plasmarían en "Cría", en tiempos en donde poco después de la Av. Rosario de Santa Fe se terminaba el mundo.
Luego arriba Hernán Arias. Se sienta y empieza a armar un cigarrillo que fumará en un intermedio de la charla. Lleva once años en Buenos Aires, adonde llegó por su trabajo. Hoy su casa ya no está en barrio Roca, sino en Núñez, en un cuidado equilibrio entre refacciones edilicias y el sueño de un bebé de seis meses.
Con presencias del norte y del centro sanfrancisqueños, sólo falta el representante de la zona sur. Y ahí viene Luciano Lamberti, hijo de carnicero de barrio "La puñalada", para completar una trilogía de autores que son un lujo para una ciudad pequeña. Él llega desde Caballito. También por motivos laborales, desembarcó en la capital hace tres años, y a los pocos meses se convirtió en padre.
Vale señalar que este cronista también disfruta de una criatura de pocos meses. Quizá sea por eso que el primer libro que se nombre sobre la mesa sea "Duérmete niño", un manual con consejos para lograr un sueño pacífico en los recién nacidos, con el cual Luciano asegura que logró encauzar su vida de manera de ser ahora más productivo que cuando "vivía solo en Córdoba y me rascaba todo el día". A ello agrega: "Antes de intentar este método, mi sueño erótico era dormir ocho horas".
Lo siguiente que sale a colación es el hecho de encontrarse los tres en Buenos Aires y la relación de la gran ciudad con la literatura. No obstante, coinciden en que en la actualidad, gracias a Internet, es posible escribir y ser leído desde cualquier lugar. De hecho, ellos lograron relevancia nacional publicando sus primeras obras en editoriales de nuestra provincia como Recovecos (Laura) y Nudista (Hernán y Luciano). "Acá leen mucho a los escritores de Córdoba", afirman.
No menos curioso es que ellos no se conocieron en su ciudad natal, sino a través de distintas actividades literarias en Córdoba o Buenos Aires. "No nos conocemos todos los de San Francisco", bromea Hernán. De cualquier modo, así como los comentarios cruzados que les fueron llegando sobre las publicaciones de uno y otro (y los libros, como un poemario del cual hoy reniega Luciano y que fue la primera lectura que hizo Laura de él), también hay referencias que los ligan a espacios comunes. Con algunas distancias temporales, Lamberti y Pratto pasaron por el taller de escritura municipal que hoy coordina esta última. Asimismo, el primero cursó en la capital provincial la carrera de Letras que también encararía Arias. Luego hubo cruces más constantes en colectivos y en ferias literarias locales y de otras ciudades.
Más allá de todo esto, la ciudad que los vio nacer sigue alojando sus primeras aventuras literarias. Las de Laura en su casa natal. "Creía que la escritura estaba signada por mi mamá como docente de Lengua pero cuando escribo 'Cría' descubro que la poesía me venía por mi papá, por los dichos en piamontés, por mi papá que no terminó la primeria porque un día se escapó. Si me hubiera quedado con la herencia de mi mamá supongo que no hubiera tocado la poesía, el misterio de que hay algo que nunca termina de decirse", cuenta.
También las andanzas de Hernán en la Biblioteca Popular en una "buena época" (dicho con ironía) en que "era un desastre y te llevabas lo que querías por el tiempo que querías". Las de Luciano en la Escuela Normal y recordando: "Había una librería que alquilaba libros como si fueran videos. Se hizo algunos años. Mi familia no era muy lectora, mi viejo era carnicero. Teníamos obras religiosas de los años setenta. Después una tía me mandaba libros porque trabajaba en una biblioteca popular en Morteros y sabía que me gustaba leer. Mis viejos no eran lectores y yo desde chico quería ser escritor... rarísimo".
San Francisco, entre Amarcord y Macondo
Lamberti traerá a colación a uno de los personajes de la ciudad sin río, a Rubén "Fica" Gattino, contando que fue este actor quien le acercó un conjunto de libros con los que él empezaría a adentrarse en la ciencia ficción (quizá abonando el terreno para las futuras andanzas de "La maestra rural"). Tras esta primera mención se sucederán otras tantas de personas y escenarios míticos de San Francisco: Severo Avaro, Villa Carolina, Maui, etc.
No obstante, ellos rechazan cualquier etiqueta que les ponga entre manos una bandera del interior literario. "Ni loco me veo como un 'representante' de eso -afirma Luciano-. ¿A quién le importa? El lugar de nacimiento sirve para mencionarlo de alguna manera. Pero cada uno hace lo que le pinta". Laura agrega: "Habrá algunas cosas en común, porque son inevitables, no porque uno lo premedite". Y para Hernán "es raro pensarse así, desde el origen. Es como pensar en el modo en que juega un futbolista a partir de la ciudad en donde nació. Nosotros ya somos de otra época, cambiaron los paradigmas en el medio con la tecnología. No es que no importa de dónde sos, estamos sentados acá por eso, pero a la hora de ver la obra estamos atravesados por muchísimas cosas, no somos como (Federico) Fellini hablando de su pueblo, por más que siempre se vuelva al lugar de origen. No es algo coagulante. La gente del mismo lugar no tiene por qué tener afinidades".
El autor de "La sed" levantará entonces el vaso de Fernet con Coca (visiblemente mal preparado, como una falta de respeto) que le acaba de traer un mozo para casi gritar: "Esta es la única bandera cordobesa que voy a asumir, la del Fernet bien hecho, en los vasos que corresponden, y si es en una botella, mejor".
Es cierto, las referencias al terruño están en las obras. Pero Luciano, que tiene a San Francisco entre ceja y ceja por ejemplo en "El asesino de chanchos", recalca que "personalmente no es una apuesta estética, tipo (Juan José) Saer, pero me siguen saliendo cosas así: algunas podrían pasar en cualquier parte aunque, cuando me pongo a escribir, es lo que veo con mi ojo mental y la parte de historias que me gusta contar. Está la cuestión de la infancia y uno vuelve a ese tiempo, como si todo transcurriera en 1987".
Los tres se ríen al pensar en la "perla" del Este como un Macondo. Y Laura parafrasea a Sherwood Anderson: "La existencia transcurre en una cuadra. Y siempre vamos a volver a esa cuadra. El despegue sirve para reencontrar el lugar. No sé si cambia la mirada, pero se activa el poder mirar. La distancia esta buenísima para eso". Como Hernán, que en una de sus obras recrea las visitas a una panadería que hacía de chico y a quien en más de una ocasión lo citan en notas que circulan en Internet acompañadas por una foto en la que se lo ve en el popular Bar Horacio. "Volver a San Francisco no es intencionado, sucede por esta casi maldición de volver siempre a la misma cuadra", sintetiza Pratto (que es la visitante más asidua, ya que coordina cada 15 días el taller literario municipal, en tanto que los demás vienen esporádicamente a ver a sus familiares), a lo que Arias añade: "Las escenas locales son cosas que se meten en la obra como sueños: nos criamos ahí, es lo que más se conoce".
Sobre la xenofobia en San Francisco
Cultores de un estilo despojado y obras más bien reducidas, como Pratto en "El menor escándalo", Arias en "Las noticias" y Lamberti en "La maestra rural" (en la que se burla varias veces de los escritores del "siglo XIX" y tono "engolado"), convendrán que "en literatura no es cuestión de tamaño". A su vez, pondrán en común ideas para sus próximas obras y coincidirán en que "de alguna manera hay que perderle el respeto a la literatura" (Arias) y en que "hay que divertirse, buscar la frescura. El desafío es que no parezca literatura. Es muy difícil pero ahí empieza a ser interesante" (Lamberti). Pratto agregará: "Pienso mucho en el origen a la hora de cómo usa cada uno la palabra. Creo que la austeridad del piamontés me impregna esa preocupación de amarrocar y después ver: esto me lo guardo, esta palabra me la guardo, etc.".
Esta última se encuentra justamente trabajando en una obra sobre las variadas aventuras del taller literario que dirige (como escribir textos para luego ir a leerles a las vacas, armar diálogos siguiendo la percusión de una batería, entre otros). Luciano acaba de publicar el libro de cuentos "La casa de los eucaliptus" y Hernán, más relajado (si se puede decir eso de un flamante padre), no se pone plazos. "Con hijos cambia todo", acuerda con Luciano. Y el segundo acota: "Este es solo el comienzo, y termina... nunca".
Como San Francisco, que sale del mapa cordobés para llegar hasta esa mesa de un bar céntrico de Buenos Aires, donde tres de sus escritores se rencuentran como se han reencontrado todos estos años también en Córdoba, en un colectivo, en la calle, en cualquier lugar. "Cómo creció la ciudad", dirán, asombrados, mientras se apagan las conversaciones y los sonidos del bandoneón, que parece recordar como en el tango que la localidad aludida sigue allí, en la nostalgia, y que para qué nombrarla tanto. Y cerca del final, como una ironía, aparecerá por ese café el escritor Hernán Lucas, dueño de la librería en la que dicta su taller Luciano, y además conocido de Laura. Y por supuesto, tras el saludo, el primer chiste será discriminarlo, a él, un escritor porteño, por no haber nacido en San Francisco.