La decadencia del debate público
La sensación es que la discusión de los asuntos públicos ha descendido a similares niveles de épocas tan difíciles como la actual. Y las convocatorias a la unidad y al trabajo conjunto son meras expresiones de deseo, alejadas de la intención de buena parte de los sectores de la vida política y económica de la Nación.
El presidente Mauricio Macri ratificó "el rumbo" emprendido por el Gobierno nacional y admitió que parte de la "tormenta" por la que atraviesa el país es producto de "temas de la propia gestión". El jefe de Estado habló el pasado 9 de Julio desde San Miguel de Tucumán en el marco del acto por el 202° aniversario de la Declaración de la Independencia, durante el que ratificó el camino de su Gobierno a pesar de que puedan "variar los factores".
"Comparto las angustias del momento, pero estoy seguro de que vamos a llegar al país en que todos los argentinos vamos a poder realizarnos", dijo. Y agregó: "Estamos pasando una tormenta fruto de muchas circunstancias. Entre ellas hay temas de nuestra propia gestión, de los mercados externos y de las políticas tomadas por gobiernos anteriores. Pero debemos tener confianza porque sabemos adónde vamos y cómo vamos a lograr las metas que nos hemos impuesto".
Quizás algunos dirigentes tengan claro el rumbo que pretenden para el país. Es posible que algún día las angustias dejen paso a las realizaciones, la incertidumbre a la confianza y las tormentas a la calma. En el mientras tanto, la sensación es que la discusión de los asuntos públicos ha descendido a similares niveles de épocas tan difíciles como ésta. Y las convocatorias a la unidad y al trabajo conjunto son meras expresiones de deseo, voluntaristas, alejadas de la intención de buena parte de los sectores de la vida política y económica de la Nación.
Mientras se combaten incendios producidos por herencias anteriores o desmanejos propios, el debate acerca de cómo salir de este nuevo atolladero discurre por andariveles casi ridículos en algunos casos. Así, en lugar de buscar consensos en torno a cómo desarrollar el país, discutimos el monto de las propinas, cómo favorecer las changas, lanzando patrioteras consignas contra organismos internacionales que ni se despeinan frente a la sinrazón, marchando y cortando calles por cualquier motivo -incluso para defender a una convicta juzgada y condenada por asesinato-, tratando de atropellar la lengua castellana con neologismos grotescos y enfrascándonos en discusiones pasionales sobre si debe seguir en su cargo el técnico de la selección de fútbol.
En otros, por ejemplo en el caso del aborto, la sensibilidad y seriedad del tema debieran ser razones importantes para otorgar sensatez a la discusión. A medida que se aproxima el tratamiento en el Senado del proyecto que tiene media sanción en Diputados, las cosas van en la dirección opuesta. La radicalización de las posturas enfrentadas es una realidad que puede derivar en circunstancias muy dolorosas en las próximas semanas.
Esto que ocurre hoy viene desde hace décadas. Pero al parecer el desbarranco discursivo del debate público se ha acentuado. La profundización de la crisis política, como siempre ha sucedido en la historia reciente, arrastra a la economía hacia el tobogán. Y los dogmas ideológicos impiden cualquier intento de acercamiento.
Deng Xiaoping, líder del Partido Comunista chino luego de la opresiva Revolución Cultural que sucedió a la muerte del fundador del comunismo en ese país, Mao Tse Tung, popularizó una metáfora central para entender hacia dónde debe orientarse la marcha: "No importa de qué color es el gato. Lo que importa es que cace ratones". Así, un debate público serio y responsable debiera atenuar los dogmas y las pasiones, tendría que mostrar actitudes favorables a los acuerdos abarcando las temáticas centrales para el desarrollo del país, la mejora de la calidad de vida de sus habitantes y garantizar la libertad y seguridad de los ciudadanos. Teniendo en cuenta lo que se observa, quizás sea mucho pedir.