La costura la salvó y hoy viste a las princesas que soñó ser de niña
La historia de Graciela "Chela" Gutiérrez, la vestuarista de la compañía teatral "La Comedia de San Francisco". Una vida de lucha entre costuras.
Por Stefanía Musso
Desde hace cinco años, Graciela "Chela" Gutiérrez es la costurera y creadora de los trajes de la compañía de teatro La Comedia San Francisco.
Su esfuerzo y trabajo creativo le valió una nominación como Mejor Vestuario de Teatro Infantil en los Premios Carlos de la temporada de verano 2018 en Villa Carlos Paz.
Detrás de cada vestido de princesa; de época; de cuentos de hada... esos que lejos de ser un disfraz son una verdadera obra de arte, hay una mujer con cuatro hijos; ya abuela y una infancia atravesada por el maltrato de su padrastro. La costura "salvó" a Graciela y de a poco, salió adelante gracias al amor que le pone al oficio que hoy la pone frente a nuevo desafío del director teatral Adrián Vocos: "Yerma", de Federico García Lorca.
Puntadas de sueños
En el estudio de La Comedia San Francisco, en calle Colón al 400, hay una pared "empapelada" de prendas. Es el vestuario de las obras que la compañía en sus seis años de vida sacó a escena, y la mayoría, cuenta con la puntada mágica de Chela.
"Ya estoy pensando en los trajes de 'Yerma' y me voy preparando porque Adrián llega con sus ideas locas y me dice que en 15 días tengo que hacer todos los trajes y me desespero", confesó Graciela a LA VOZ DE SAN JUSTO.
A la hora de pensar los trajes, "nos remontamos a fotos de la época. Trajes como los de 'Rosita, la soltera', que para mí fueron los más impactantes, llevan telas especiales y mucho trabajo artesanal. Fueron los que más me emocionaron porque reflejan esa niña princesa que toda mujer quiso ser alguna vez, como yo".
Para Graciela, el traje de Maléfica, para "Encuentados..." fue el más complejo, "porque tenía alas y distintas dimensiones".
"Ver mis trajes sobre el escenario, que los chicos se luzcan y disfruten, me pone feliz. Lo importante es que con los trajes logran los personajes y se puede contar la historia", expresó la entrevistada.
Detrás de bambalinas
Agujas e hilo en mano, siempre atenta tras el telón para cualquier imprevisto en la obra. Graciela es recordó sus inicios en la tarea de vestir a los actores dirigidos por su vecino en el barrio: "Un día, Adrián me preguntó si quería hacer trajes para él porque venían usando ropa que obtenían de ferias. Como lo conocía y lo aprecio mucho, le dije que sí de inmediato".
El vestuario de "Jettatore!" fue lo primero que confeccionó. "Para mí era todo un desafío porque tenía que medir a todos los actores y hacerlo en tiempo récord".
Luego del éxito de ese guardarropa de época, le siguieron los de "Flores de Acero", "La Casa de Bernarda Alba", "Las D´enfrente", "Rosita la Soltera", "Las Brujas de Salem" y "Encuentados", esta última, la obra que le dio la nominación como Mejor Vestuario de Teatro Infantil en los Carlos el verano pasado. "Fue un orgullo para mí porque no podía creer lo que estaba pasando", indicó Graciela.
Amor por el oficio de coser
En tiempos de "cuidar el bolsillo", Graciela, además de ser costurera, tiene otros dos trabajos, como niñera y en un centro de rehabilitación.
"No es fácil con una casa y otros trabajos pero la costura está siempre. Puedo coser a las 12 de la noche y levantarme a las 5 de la mañana. Siempre busco un momento de tranquilidad para poder hacer mi trabajo", aseguró.
Sobre la actualidad del oficio, Graciela comentó que "hay pocas modistas hoy en día, pero trabajo en la costura hay, hubo y siempre va a haber. Igual, considero que hay un resurgimiento porque ante la crisis la gente recicla la ropa y por otro lado, es difícil encontrar prendas de talles grandes".
Una dura infancia
Graciela nació en Bauer y Sigel, un pueblo a menos de 30 kilómetros de San Francisco. Hija de madre soltera; su mamá rehízo su vida y se casó y le dio a Chela cinco hermanos. "A los 10 años aprendí a coser mirando a mi abuela, solita, porque me gustaba lo que ella hacía", contó.
Graciela no pudo cursar el colegio secundario, comenzó a limpiar casas de familia.
A los 12 años "vi en una revista una publicidad para estudiar costura por correo postal y envié todos los papeles y empecé a cursar. Me acuerdo que enviaba los moldes, los cortes y los prácticos con la ayuda de una mujer del pueblo. Así aprendí costura".
Este aprendizaje fue para Graciela la puerta para escapar del tomento que vivía en el seno de su hogar. Su padrastro le impedía salir, tener amigos y la obligaba a trabajar. "Tuve una infancia horrible. Sufrí mucho maltrato y rechazo. Aún no sé por qué se casó con una mujer con una hija. Me obligaba a limpiar, a trabajar y le tenía que dar mi dinero; cuando podía, me pegaba. Tenía mucho miedo pero pensaba que era normal. Me escapaba para ir a los bailes y la gente me ayudaba pero a los 19 no aguanté más y me fui de mi casa".
A esa edad adolescente llegó a San Francisco con una pareja amiga que vino a probar suerte. "Comencé a coser para cuanta fábrica había, desde ropa, juguetes, fundas para motos, todo lo que había hasta que me animé a tener mi taller", relató.
Luego vinieron los hijos -cuatro (dos mujeres y dos varones)- y la necesidad de ponerse al hombro la casa. La palabra esfuerzo la define. Hizo de todo para salir adelante.
Un crédito para micro emprendimientos que otorgaba la municipalidad de San Francisco llegó como una gran oportunidad. "Con eso pude comprarme las máquinas industriales que tengo y armé un taller de costura en mi casa. Cuesta mucho trabajo pero es mi vida y no cambio la costura por nada del mundo", concluyó.
Una luchadora de la vida
Los dos hijos varones de Graciela: Julián, hoy de 15 años, y Pablo, de 12, sufren una enfermedad genética conocida como el síndrome X frágil, que causa cierta discapacidad intelectual.
"Julián empezó a mostrarse inquieto, y muchos me decían que era porque tenía dos nenas y no sabía lo que era tener un varón. Empezó jardín para que esté con otros nenes y nos dimos cuenta que tenía mal comportamiento y no cumplía con las tareas. Pensé que iba a cambiar pero a los 4 años lo llevé al médico y me dijeron que tenía Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (Tdah) y un retraso madurativo, algo que me llamó la atención porque tuve un embarazo saludable, normal, así que consulté a una genetista. La especialista me pidió fotos familiares y en ellas detectó, viendo los rostros de los Gutiérrez, que en realidad Juli tenía el mismo problema que todos los hombres de mi familia. Ahí entendí por qué mis hermanos no saben leer ni escribir".
Pablo tiene el mismo síndrome pero más leve. "El más chico estudia, hace distintas actividades pero le cuesta y mucho porque el síndrome afecta la parte intelectual", indicó Chela.