Inflación naturalizada
La inflación forma parte desde hace décadas de la vida cotidiana en la Argentina. El incremento de los precios no escandaliza a nadie ya. No sorprende aunque abata las esperanzas y la movilidad social. Además, la inflación destruye salarios, dinamita el empleo, devora las aspiraciones de progreso y acrecienta la pobreza.
Ya sin sorpresa, casi con resignación, la ciudadanía recibió la confirmación de que el alza del costo de vida en el primer mes del año llegó a 2,9% en el país y a 3,9% en Córdoba. Estos números son bastante más elevados que los previstos por las principales consultoras económicas, por los funcionarios de gobierno y hasta por los sindicatos. Además, los guarismos cercenaron un período en el que durante 3 meses consecutivos se producían bajas en el índice.
El impacto en las finanzas hogareñas es evidente. Explicar los inconvenientes que se sufren frente a la constante alza de los precios sería redundante. Salvo muy pocos sectores, prácticamente todos los argentinos padecen restricciones -algunas muy severas- como consecuencia de un problema que se empecina en persistir e incluso agravarse como consecuencia de la desacertada aplicación de políticas económicas que tiendan a revertir el preocupante fenómeno.
Primero la mentira del Indec que duró varios años e incluyó la negación de la inflación que carcomía los ingresos de las familias. Luego, con el cambio de gobierno, la política gradualista que a nada llevó en esta materia. Y ahora, tras el acuerdo con el FMI, la búsqueda de drásticas reducciones del déficit del Estado que hasta el momento no ha servido para desactivar las expectativas en torno al alza de los precios. Así, un índice de casi el 50% en un año no es una noticia que escandalice. Es más, parece que el problema se ha naturalizado. Es decir, casi nos hemos acostumbrado a las carencias que suponen los flacos y carcomidos ingresos monetarios en cada hogar.
"Nos está costando bajar la inflación más de lo que imaginé", dijo días atrás el presidente de la Nación. El sinceramiento no excluye la obligación en este caso. La tarea central de la conducción del país en general y de la económica en particular pone quizás el foco en acciones para reducir el incremento del costo de vida. Sin embargo, los índices siguen disparándose en la dirección contraria.
Éste es el contexto en el que se desarrolla la vida en este país. Un marco que no es normal en prácticamente ninguna parte del mundo. Pero la inflación forma parte desde hace décadas de la vida cotidiana en la Argentina. El incremento sostenido de los precios no escandaliza a nadie ya. No sorprende aunque abata las esperanzas y la movilidad social. Además, la inflación destruye los salarios, dinamita el empleo, devora las aspiraciones de progreso y acrecienta la pobreza a niveles impúdicos.
Es en vano remarcar periodísticamente que los índices de inflación no son normales. Y exigir desde las tribunas públicas que se tomen decisiones que permitan contenerlos. Existe acostumbramiento y estoicismo frente a las constantes remarcaciones. Otro dato que grafica con elocuencia la inexistencia de un país normal.