Entre máquinas y fábricas: las mujeres se insertan en la industria local
El ámbito laboral, las sociedades, la cultura y los lugares que mujeres y hombres ocuparon a lo largo del tiempo se reconvirtieron. Hoy, no es posible dividir tareas en función del sexo, sino de las capacidades. De eso saben, y mucho, María Eugenia Parolo, Patricia Cagnola, Mirna Zapata y Daniela Primo.
La camioneta del diario se adentra en el Parque Industrial y la primera parada es Macoser. En el galpón donde se fabrican los hornos, una mujer tiene sus ojos posados en ellos mientras se trasladan sobre la cinta. Ella es María Eugenia Parolo (29) y desde hace una década trabaja entre las máquinas de esa fábrica.
Cuando era adolescente decidió cursar gran parte del secundario en el Ipet 50 "Emilio F. Olmos", para luego pasar al colegio técnico Ipet 264 "Teodoro Asteggiano". Por ese entonces cumplió con el régimen de pasantías y entró en el mundo de Macoser, de donde hasta ahora no se fue. "Yo entré acá por un año, eran 4 horas, dos veces a la semana. En diciembre pedí más horas y me las dieron", rememora. Su proactividad y entusiasmo al momento de trabajar hizo que todo ese tiempo allí dentro cobrara frutos quedando de manera efectiva.
Hace dos meses le comunicaron que iba a cambiar de área. Dejó así el galpón de las máquinas de coser y pasó al de las cocinas: "Las dos cosas me gustan, lo importante es poder trabajar. En esta área me enseñaron (el manejo) los chicos y le agarré la mano".
A Eugenia no le gusta pensar que ella está entre todos hombres; desde su visión son todos "compañeros de línea" y que están a la par para poder cumplir las tareas que les son asignadas. La joven es hija de un padre camionero y una mujer ama de casa. Todos los hermanos pasaron por el Ipet 264, sin embargo, solo ella quedó ligada aun después de recibirse en este tipo de tareas. "Me sirvió porque vengo de un colegio técnico", sostiene.
Su opinión es que "hay pocas mujeres en todas las fábricas". "Les tendrían que dar oportunidad porque somos todos iguales y aprendemos. En realidad todo depende si uno tiene la voluntad de aprender o no", razona.
Una crisis, una oportunidad
Tras un breve recorrido, la camioneta vuelve al pavimento del predio ubicado al sur de la ciudad y unas manzanas más adelante frena en Recti Tec. Atrás de un escritorio, circunstancialmente, se encuentra Patricia Cagnola (51).
Cuando sus hijos eran pequeños, Patricia trabajaba en el supermercado Cagnola, propiedad de su padre, en la administración. Su esposo, Carlos Palacios, se desempeñaba en el negocio de la familia, llamado Recti Tec. Un buen día, un comentario de su compañero de vida cambió el destino de los dos.
"Mi marido no tenía gente porque hacía poco había abierto y un día me dijo 'Patri, no sé si voy a poder terminar el trabajo para entregar el lunes'; yo sin saber nada le dije si querés te ayudo, explicame cómo es", recuerda.
Patricia se convirtió en esposa y aliada laboral en el trabajo que pasó a ser tanto de ella como de su marido. Pero el azar o el destino hicieron que un día se enfrentara a una situación más compleja y sin su compañía. "Él viajó y entró una tapa de cilindro. Una pequeña idea sobre el pedido tenía, termino el trabajo y entrego la tapa al hombre", relata entre risas. Cuando Carlos llegó se sorprendió: "Hice mi primer tapa de cilindro", le dije. "Fue ahí que empecé a trabajar sola", agrega.
"En realidad todo esto me gusta, así como en su momento me gustó trabajar en el supermercado. En realidad me gustan muchas cosas; tejer, coser, bordar y además cuido nietos, crié mis hijos, atiendo mi casa, soy secretaria, abuela y rectificadora", describe entre risas.
Pero no todas fueron buenas, ya que hace un tiempo Carlos se enfermó y eso demandó gastos y ausencias en el taller. En ese momento, Patricia afirma que fue "Dios quien mandó solo tapas de cilindro, no motores, como trabajo", teniendo en cuenta que "era lo que mejor sabía hacer".
De repente mira hacia adentro del taller y sus pensamientos se traducen en palabras: "Nunca me imaginé que iba a tener contacto con la grasa y los motores. Todo lo que aprendí me lo enseñó mi esposo", dice mientras sonríe.
Del parador a la fábrica
La última parada es en Windsa, fábrica de plásticos y rotomoldeo. El galpón está abierto y a lo lejos se ve a Mirna Zapata (25) y Daniela Primo (27). En un inicio, las dos estaban en otro de los negocios del propietario fabril, sin embargo, por distintas circunstancias terminaron en esta sociedad cuya sede está en el Parque Industrial.
"Acá se trabaja con plásticos para piezas grandes, estamos en la parte de moler, donde reutilizamos distintas partes. También nos ocupamos de la terminación y embalaje de las piezas", aúnan en una misma voz.
Ninguna de las dos tiene formación técnica. No pensaron tampoco que podrían llegar a trabajar en esto, pero aceptan gustosas el desafío de desempeñarse en la fábrica donde realizan una actividad que les gusta, según confiesan. "Antes trabajábamos en un parador del mismo dueño y nos pasaron acá. Aunque nos ayudan nuestros compañeros, hacemos lo que más podemos con nuestra fuerza", relata Mirna.
"Yo entré por el plan (de empleo provincial) Por Mí, pero ahora me dieron más horas porque me tomaron", describe. Ambas confiesan que "les gusta" el trabajo y querrían aprender más. "Nos adaptamos rápido, aparte el ambiente hace que te adaptes rápido, además es cómodo", aseguran.
El recorrido llega a su fin. La camioneta vuelve al centro de la ciudad pero es imposible no mirar atrás y pensar que cada persona y trabajador encuentra un lugar en el mundo laboral, uno que cambió radicalmente y que las recibe diariamente para poder trabajar.