El último acto del sueño mundialista
Todo un país futbolero por excelencia, pasional, arrobado y visceral hasta la médula estará pendiente de lo que podría significar la tercera estrella para el equipo nacional.
La selección argentina de fútbol disputará este mediodía la final del Campeonato Mundial de Qatar. Su rival será el actual poseedor de la Copa: Francia. Como es lógico suponer, la expectativa es mayúscula. Todo un país futbolero por excelencia, pasional, arrobado y visceral hasta la médula estará pendiente de lo que podría significar la tercera estrella para el equipo nacional.
El entusiasmo es enorme. Las crónicas deportivas que a toda hora se esparcen por la miríada de medios y sistemas de comunicación son pródigas en análisis de tácticas y estrategias, de rumores y versiones sobre lo que ocurre en las concentraciones de los dos finalistas y de repasos del camino que llevaron a ambos equipos a esta contienda final. El tema es prácticamente omnipresente en nuestro país. Lo que harán Messi y sus compañeros en las dos horas posteriores al mediodía de hoy seguirá siendo el motivo de conversación durante varias semanas.
La política, como ocurre en todo el mundo, estará muy pendiente de esta final. Los intentos de aprovechar el evento para captar prosélitos gracias al viento de cola que generan los triunfos deportivos es tan antiguo como controvertido. La historia refleja que han sucumbido a la tentación gobernantes de todo el mundo en todos los tiempos. Claro que ninguna responsabilidad le cabe a un gobernante sobre una victoria o una derrota en un estadio de fútbol o de cualquier otra disciplina deportiva, aun cuando sean fructíferas las políticas deportivas que se impulsan. Pero las actitudes demagógicas se evidencian en cada uno de los países. Así, vimos al presidente de Francia saludar en el vestuario a los futbolistas que habían clasificado a la final. Quizás, las máximas autoridades de nuestro país se están calcinando por dentro, pues desearían hacer lo mismo. Sin embargo, la penosa realidad socioeconómica y la impericia de la política para resolver problemas apremiantes para la vida de millones de argentinos deja poco margen para este tipo de comportamientos. De todos modos, si el anhelado título llega, tendremos alguna sobredosis de demagogia e hipocresía.
Eduardo Galeano nos recuerda que, por el Mundial, hemos puesto el cartel de "cerrado por fútbol". Y que quedamos "fritos" luego de tantos partidos. En un video que se ha viralizado, Alejandro Dolina recordó un pensamiento de Jorge Luis Borges sobre la "fe poética" que un escritor de otro tiempo, el británico Samuel Taylor Coleridge, definió en 1817 como la "suspensión voluntaria de la incredulidad". Por ejemplo, si asistimos a una representación de teatro, sabemos que en el escenario hay hombres disfrazados que repiten las palabras de Shakespeare, de Ibsen o de Pirandello que les han puesto en la boca. Pero nosotros aceptamos que esos hombres no son disfrazados; que ese hombre disfrazado que monologa lentamente en las antesalas de la venganza es realmente el Príncipe de Dinamarca, Hamlet; nos abandonamos a eso.
Dolina hace extensiva esta "suspensión de la incredulidad" al fútbol. "Disfrazados" con una casaca celeste y blanca, los jugadores serán hoy los actores centrales. Nos entregaremos al maravilloso espectáculo que ofrecen con la pasión, con los excesos y con la vehemencia que desde siempre han sido atributos elogiados y cuestionados por igual. Suspenderemos por un par de horas, quizás más todavía, nuestra incredulidad. Estaremos convencidos, siguiendo a Dolina, de que en esta final "hay algo del orgullo nacional que se juega, hay algo que va a cambiar para nosotros si es que ganamos".
Aunque deseamos con fervor que nuestra selección obtenga el título, en el fondo sabemos que, de ocurrir ello, esta alegría será momentánea. Que no habrá grandes cambios. Pero quién nos quita el gozo de vivir un acontecimiento de semejante magnitud que, casi con seguridad, nos dejará "fritos". Atravesado este Rubicón, cuando se dé vuelta el cartel y aparezca la palabra "abierto", será un hecho el retorno de la incredulidad. Reaparecerán los interrogantes. Si no somos "bobos", es posible que, al observar nuestra realidad cotidiana, nos preguntemos qué estamos mirando y si, efectivamente, vamos para ese "allá" que anhelamos como pueblo.