El corazón de la Navidad
El mejor deseo es que en este tiempo reaparezcan los mejores sentimientos y que la vida, simbolizada en un nacimiento, venza a la cultura de la muerte.
Los deseos de buenaventura son por estos días masivos. Todos hemos recibido y enviado mensajes que auguran felicidad para todos. En ellos se plasman en palabras valores que hacen a la condición humana: amor, caridad, solidaridad, fraternidad, entre otros. Son propios del corazón más noble y siempre estarán presentes cuando la buena voluntad también lo esté.
La dimensión religiosa de la Navidad es consustancial al cristianismo. Pero también hace a una idiosincrasia que abrevó en el mensaje de Jesús y tomó como propios determinados principios. Si la cultura es el modo específico de existir y ser del hombre en el que en un tiempo y en un espacio geográfico, no es posible separarla de los valores generadores de vínculos entre las personas, alejados de cualquier ambición que no sea la de encontrar el modo de hacer más feliz la vida del hombre.
La Navidad es un nacimiento. Pero no solo del Niño Dios para los creyentes. Para muchos otros es la ocasión para renacer a la pureza del sentimiento humano, a la gracia de sentir al otro como un semejante con derechos, a la eliminación de los cálculos egoístas y de la violencia que solo destruye. Es también un regalo. No solo material. Obsequia la posibilidad de abrir el corazón, conmiserarse con el que sufre, demostrar y demostrarse que es posible vivir de otro modo haciendo honor a ese regalo central que es la vida.
Por cierto, el mundo en el que vivimos no ofrece muchas oportunidades para vivir estos sentimientos y principios. Por el contrario, las inequidades, las injusticias y el odio son realidades innegables. En su mensaje de Navidad del año 2000, el extinto Papa Juan Pablo II dijo que "no podemos olvidar hoy que las sombras de la muerte amenazan la vida del hombre en cada una de sus fases e insidian especialmente sus primeros momentos y su ocaso natural. Se hace cada vez más fuerte la tentación de apoderarse de la muerte procurándola anticipadamente, casi como si se fuera árbitro de la vida propia o ajena. Estamos ante síntomas alarmantes de la "cultura de la muerte", que son una seria amenaza para el futuro. Pero, por más densas que parezcan las tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del triunfo de la luz surgida en la Noche Santa de Belén".
Es que de eso se trata, de renacer. Porque, como metaforizó un conocido maestro de meditación budista, Chögyam Trungpa, "las toallas son limpias cuando las compramos, los dientes blancos cuando salen. Luego se ensucian, pero se pueden lavar". Es tan simple como eso. Renovar la esperanza es el corazón de la Navidad. El mejor deseo es que en este tiempo reaparezcan los mejores sentimientos y que la vida, simbolizada en un nacimiento, venza a la cultura de la muerte.