A los 58 años, se recibió de maestra de Educación Especial
Tras cuatro años de constante aprendizaje, Felipa Lipari culminó sus estudios en la Escuela Normal. Una historia de vida que invita a cumplir sueños.
En el año 2016, Felipa Lipari comenzaba a transitar el camino de una cuenta pendiente. A sus 55 años, se inscribió en el Profesorado de Educación Especial en la Escuela Normal Dr. Nicolás Avellaneda y desde allí, un aprendizaje constante fue reafirmando que había tomado la decisión correcta.
“Hoy estoy muy orgullosa de lo que logré, de poder mirar atrás y sentirme compensada con mi trabajo y mi dedicación. Me llena de satisfacción poder decir que amo esta profesión y que siempre va a formar parte de mí”, contó emocionada Felipa a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Luego de que sus hijos trazaran sus propios caminos, la flamante recibida sintió que tenía que empezar a hacer cosas por ella. El curso de Acompañante Terapéutico dictado por la UTN la llevó al contacto con diferentes equipos interdisciplinarios y eso fue el puntapié para querer seguir avanzando profesionalmente en el área.
Un aprendizaje diferente
Felipa contó que esta carrera le permitió desarrollar una visión de la educación sustentada en la “valorización de las diferencias individuales”, por lo que representa un gran desafío procurar una educación de calidad para todas aquellas personas que se encuentran por fuera del circuito de la educación básica o de nivel.
“En Educación Especial se estudia lo relacionado con diferentes patologías o problemáticas del desarrollo, y las posibilidades educativas que se les puede brindar a las personas con discapacidad”, por lo que se preparó a lo largo de estos cuatro años, a través de un trabajo interdisciplinar que contó con prácticas en diferentes organizaciones formales y no formales.
En cuanto al aprendizaje, la flamante profesional comentó que en el transcurso del dictado de la carrera uno aprende a ser creativo y a adaptar todos los contenidos de manera individualizada para cada chico. “Se aprende a planificar intervenciones educativas y a llevar adelante procesos de integración educativa”, que sólo pueden implementarse desde el respeto, la aceptación y la valoración de esas diferencias, para construir una sociedad más abierta, justa y democrática.
El camino a la meta
El desafío de empezar y terminar la carrera en tiempo y forma no fue nada fácil. Con un promedio de 10 materias por año, Felipa manifestó que al principio las asignaturas no eran tan sencillas de abordar, ya que “había perdido ritmo de estudio”, algo que recuperó con el correr del tiempo, sumado al esfuerzo y dedicación que hizo todo más ameno.
Luego de ello vinieron las prácticas, que se fueron incrementando en horas a medida que avanzaba en la carrera. Ese contacto con la realidad de la profesión fue lo que le hizo dar cuenta que dentro del marco educativo, lo referente a discapacidad se iba ganando un lugar en sus objetivos. “Es en la práctica donde realmente se aprende una profesión y se valora la vocación personal de cada uno, y aquí se comienza desde primer año, culminando cuarto año con una práctica en el ámbito de educación no formal, de un mes de duración y la otra práctica en escuela formal de modalidad especial con una duración de dos meses”, expresó Felipa.
El período de prácticas refuerza la exigencia de la carrera, ya que son más de 11 horas al día de dedicación entre el cursado y las experiencias educativas.“Son meses de mucha tensión porque hay que preparar material para la práctica y cumplir con el resto de las asignaturas. Si a esto le sumas el trabajo, la casa y la familia, llegas exhausta, pero una vez que pasa ese tiempo te das cuenta que valió la pena y lo volverías a hacer” comentó Lipari.
La Escuela Normal, formadora de educadores
Respecto a la institución que la cobijó y le dio la posibilidad de estudiar, Felipa señaló que el nivel de enseñanza es “excelente”. La mayoría de los profesores que dictan sus materias son ya egresados de Educación Especial o profesionales especializados en discapacidad, lo que le da un plus especial, ya que según ella “enseñan los contenidos desde las experiencias que viven en el contacto con sus otros alumnos”.
Además, “la buena predisposición de las demás personas que forman parte de la Institución desde la preceptora Mariana hasta los directivos, construyen un ambiente ameno siempre dispuesto a ayudarte ante alguna dificultad”. Sumado a esto, el grupo de compañeros se volvió un factor importante en el apoyo y la contención: “nos ayudamos mutuamente entrelazando la experiencia con la incorporación de nuevos conocimiento” afirmó la mamá de Carla, Camila y Diego.
Felipa junto a sus compañeros del último año
Lo que se viene
Al ser consultada por su futuro, Felipa manifestó que “tenía pensado trabajar en apoyo escolar extracurricular, ya que muchas mutuales hoy lo exigen” pero lo cierto es que sus próximos meses aún son inciertos. “También tenía muchas ganas de seguir la Licenciatura, pero eso requiere de más horas y experiencias”, declaró a este medio.
Más allá de su futuro incierto, quiso dejarle un mensaje no sólo a los jóvenes sino a todos los que aún tienen materias pendientes por saldar. “Nunca es tarde para cumplir tus sueños, sólo es cuestión de animarse a recorrer nuevos caminos, vivir el día a día con alegría dejando una huella en el corazón de cada persona que acompaña tu camino”.
“La voluntad, el esfuerzo y la responsabilidad que le puse en cada paso es el legado que les dejo a mis hijos, a mi familia y a todas las personas que quieren comenzar a estudiar y no se animan por la edad”. afirmó contundentemente.